Europa es friki. Esta conclusión no puede ser ya más demostrable. Durante las tres horas de Eurovisión 2007, celebrado el pasado 12 de mayo, me armé de pipas y con una botella de Clipper cerca. Pero fue mucho más lo que tuve que tragar. No me imaginé que aquel desfile europeo fuese tan histriónico: ensaladillas lingüísticas, países copiones entre sí y subnormaladas mariconiles a gogó. Por supuesto, no faltó el blindaje de los países del Este en las votaciones.
Parece ser que en Eurovisión 2007 se confirman muchos de los temores. El sistema popular de votos está desmereciendo a Europa Occidental, que tantos buenos ganadores nos aportó en un anhelado pasado, frente al resto, fábrica de mamarrachadas sin remedio. Fijaos en cómo quedaron los primeros puestos, copados preferentemente por los países nórdicos. Encima, representaban bien canciones sosas (en el caso de Armenia, lo único que conmovía si acaso fue aquel árbol con papel higiénico colgando), bien elementos que compensan en el Festival su frustración por la retirada de Cárdenas como cazafrikis (resulta que ahora un quinto puesto se puede conseguir lo que la búlgara, con un par de tambores y pegando grititos alelados).
El éxito no sólo pasa por que Bielorrusia nos traspase su territorio para tener una fiel comunidad de vecinos. En la edición de este año pasearse por el escenario como una loca también incide en las votaciones. ¿Cómo puede ser que aquel Gurruchaga ucraniano, patrocinado por Aluminios Gutiérrez, quedase en segunda posición? Apuesto a que a la mayoría de los espectadores se les pasó la canción y se quedaron con aquella imagen daliniana. Tampoco se perdían mucho, pues no había por donde cogerla. Lo único, su polémica crítica a Rusia (y aún así ésta le concedió 8 puntos).
Pero el armario eurovisivo siguió abriéndose toda la noche. Los franceses, (marica quién, marica tú, marica ja-ja) también querían tapar su ininteligible canción con una puesta en escena impactante. Para ello, agotaron todo el rosa que había en Finlandia para la ocasión. Pero ya lo del calvo, que daba más vueltas que un trompo por el escenario con un peluche cosido al hombre, me dejó ‘muelta’. No digamos ya lo de los suecos en Eurovisión 2007, una combinación defectuosa entre David Bowie, Josmar y el loco-playa de Loca Academia de Policía.
También, como dije en un artículo anterior, el guiño idiomático es siempre un buen gancho. Pero lo de los rumanos ya es pasarse. Seis lenguas para tres minutos. Habría que quedar con un inglés, un italiano, un ruso, francés y un rumano para descrifrarnos entre unos y otros lo que nos cantan, porque yo con un párrafo no tengo ni para chicles. Además, decían que lo hispano estaba pasado de moda. Pero anda que no utilizaron los ritmos latinos, como Portugal o Noruega (mmm… sí, está desfasado porque éstos ni llegaron a la final).
Pensando en positivo, en Eurovisión 2007 convergieron los más diversos estilos musicales: ópera, jazz, rock, dance y, cómo no, étnico y pop en sus más diversas variantes. Sin embargo, algunas pecaron de tirar del mismo recurso. Parece ser que Finlandia, Eslovenia o Moldavia fueron a las mismas clases del doctorado que impartió Evanescense este curso. Pero otras, por sí mismas, ya eran poco originales. Es el caso de Grecia y su Ricky Martin del ‘Todo a 100’.
La entrada de Georgia al Festival no pudo ser mejor. Escogió una buena canción y una buena interpretación, con un estribillo rompedor.
Igual ocurrió con Turquía, aunque aquella túnica folclórica del cantante y su barba de cuatro días nos dejaba con la duda de que si lo que estábamos viendo era el Festival de Eurovisión o una sesión de Singstar en su casa.
Lo de Bielorrusia también tuvo su intríngulis, con aquellas bailarinas que parecían hacer rafting sobre unos paneles. No obstante, deslució el intérprete, que abusó de los rayos uva (a mí que no me digan que ese negro lo cogió en las estepas bielorrusias).
Las rusas, que habrán salido de algún Popstars cualquiera, también quedaron entre los primeros de meta. La canción era muy pegadiza, aunque se echaba en falta un poco más de “hop-hop” en el escenario y algún que otro botón desabrochado.
En cuanto a la ganadora de Eurovisión 2007, la serbia María Serifovic… ¡El conejo que riscó la perra! ¿Cómo puede ser que, de un año para otro, el público se impacte por un demonio con alas que daba caña entre fuegos artificiales, y ahora alucine con un corazón pintorreteado en dos manos? ¿O viene a ser porque el público se emocionó por la letra porque aquí todos entienden el serbio?
No podía acabar este repaso crítico del Festival de Eurovisión 2007 sin hacer alusiones a la actuación de España. La canción ya me parecía un fiasco (precisamente tenía esperanzas por eso). Pero la actuación estuvo sobresaliente. Se permitieron algún gallo y más de un cloqueo, pero la gran coordinación de movimientos lo perdona (y eso que esta vez no hubieron sillas de despacho de por medio).
En fin, no hemos encontrado nada nuevo este año a lo que nos hayamos acostumbrado en anteriores ediciones. Todo sigue igual de friki como siempre. Es como la bazofia de la prensa rosa, que si el público lo demanda, bazofia que se le echa al caldero. Esto es lo que hay en Eurovisión. Y si no, que baje Domenico Modugno y lo vea.