Esta semana he visto por primera vez Brokeback Mountain, esa película conocida vulgarmente por la de los dos vaqueros gays: Ennis Del Mar (Heath Ledger) y Jack Twist (Jake Gyllenhaal) se conocen en Wyoming, en 1963, mientras hacen cola para pedir trabajo como pastores. Y una vez trasladados con las ovejas a Brokeback Mountain (no se rían, pero lo he traducido como “Montaña del Roto por Detrás”), no sé yo si la soledad o es porque sienten algo de verdad, en una noche templada en la cabaña les entra un calentón y se desinhiben. ¡Ciudado con los spoilers!
Al día siguiente, a Jack le dice que no se equivoque, que no es marica. Él le contesta que tampoco lo es como para guardarse las espaldas. Pero el sexo y una profunda amistad es una mezcla que sólo puede conducirles a un cariño muy especial. Joe Aguirre (Randy Quaid), el ranchero que les contrató, se da cuenta que están dejando de lado su trabajo y les despide.

Ennis se resiste a continuar una vida juntos después de lo de Brokeback Mountain. Sigue atormentado por una experiencia infantil (su padre mató a un hombre por ser gay) y tiene miedo de que su relación se haga pública. Provoca lo que ambos más odian, la separación de sus caminos. A lo largo del tiempo, Ennis se casa con Alma (Michelle Williams), con quien se había comprometido antes de esta experiencia, y tienen dos hijas. Mientras, Jack coincide con Lureen Newsome (Anne Hathaway) trabajando en un rodeo, con quien también empieza una relación marital con un niño de por medio.


Tras cuatro años poniendo diques al mar, Jack va a visitar a Ennis. Y éste, todo contento porque va a volver a ver a su “amigo” del alma. El reencuentro es mi escena favorita (bueno, y aquella en la que se desgarran en la tienda de campaña, que aún siendo muy pasional, no quiero ser frívolo poniéndola aquí): Jack corre al aparcamiento cuando suena llegar un coche. Al verlo, se funden en un abrazo de coleguita. Pero al cruzarse las miradas, teniéndose cerca uno al otro, se dan cuenta que el tiempo sólo ha aumentado lo que sienten. Ennis lo empuja hacia un lugar más seguro y hacen lo que han estado deseando durante tanto tiempo.
La hora que queda de película viene a ser una permanente: ambos se reúnen dos o tres veces al año en su nidito, Brokeback Mountain. Jack está dispuesto a dejarlo todo por él. Pero Ennis es un cabezón y quiere seguir aparentando, aún incluso cuando se separa de su mujer (quien en una reunión familiar le echa en cara esa caja de pesca que durante años llevó a sus excursiones con su amigo, y siempre seguía con la etiqueta puesta).
Brokeback Mountain no tiene sólo sus alicientes en la trama. Luisa, con quien la ví, se quedó impresionada con la fotografía (más que con las escenas tórridas, y eso que ella es una chica decente y cristiana para ciertas cosas). Las excelentes imágenes, de entre las que me quedo con la pureza del paisaje de Alberta (Canadá), se las debemos al mexicano Rodrigo Prieto, quien hace de chapero a las órdenes de un Jack desesperado.

También saco a relucir la música de Brokeback Mountain, que es algo que comentamos mucho porque apenas tiene, sobre todo al principio. Probablemente se debe a que es más propicio el silencio en las escenas de la Montaña, para que fuese más real. Pero además es verdad que esto hacía de la película lenta y aburrida a veces.
Y por destacar algunos aspectos externos, podría señalar la polémica en EEUU por la temática homosexual (lo que se resintió en la película, por no ser tan abierta), y sus numerosos galardones, entre ellos, los tres Óscars (mejor director, ¡mejor música original!, y mejor guión adaptado de la obra de Annie Proulx, ganadora del Premio Pulitzer).
El final del film no puede ser más triste. No lo desvelaré aquí por si aún os entran ganas de verlo (en el caso de que no lo hayáis visto, porque ha estado en los cines desde enero). Pero sí que puedo destacar la moraleja que se quiere trasmitir: lo que opine la sociedad importa un huevo. No debe ser obstáculo para lo que el corazón impulsa a sentir. Y siempre vivirlo desde el primer momento, porque en cambio se puede perder esa razón de vivir y ya se es demasiado tarde para rectificar.