Toda una institución en la isla de Gran Canaria es su puerto, con más de cinco siglos de historia y uno de los más importantes del país. No es para menos, si hablamos del puerto de mayor tránsito entre Europa, África y América. Además, el Puerto de La Luz y de Las Palmas (que no os asuste el largo del título, pero así se quedó en un tributo al antiguo muelle de la ciudad), es punto habitual de escala en la ruta de cruceros. Y es que por él pasan cada año más de un millón de pasajeros.
Las dimensiones de este puerto son descomunales, hasta el punto de que actualmente sus muelles se siguen extendiendo. No es de extrañar que aparezcan incluso en los mapas físicos, de manera notable. Aparte, concentra una multitud de servicios. Por ejemplo, en su tramo inicial, parte integrante del centro urbano, se encuentra la Base Naval (ya sabéis, patrulleras, gente vestida de verde, con su gorra y sus chapas, y su entrada restringida).
Justo a la izquierda, sin moverse del sitio de mira, está el puerto comercial. Los turistas llegan curiosos a la ciudad, montados en grandes cruceros (si no en barcos-escuelas, como es el caso). Aunque también curiosos somos nosotros, que nos damos un salto a ver esos monstruos de la ingeniería naval.
Como digo, el Puerto de La Luz tiene muelles para dar y regalar. El Muelle del Sanapu corresponde a Naviera Armas, aunque desde que trasladaron las salidas a Santa Cruz de Tenerife al quinto carajo ha perdido su encanto. Mientras, al otro lado queda el Muelle del Castillo, eminentemente pesquero.
Al Puerto de La Luz y de Las Palmas no vienen los turistas a sacarse fotos, aunque deberían. Esos barcos corrosivos, oda al óxido, que cargan tras de sí historias e historias donde el pescado y las noches solitarias se hacen protagonistas…
Desde el mismo Muelle del Castillo se pueden ver grandes panoramas, en el que las grúas tienen una presencia destacada. No son la Torre Eiffel ni monumentos en memoria al Capitán Tsubasa, pero tienen su toque visual.
Pero no nos dispersemos, y volvamos al tema de los muelles en Las Palmas de Gran Canaria. Éste, que estamos a punto de abandonar, tiene sus naves industriales y todo, como el ‘silo’ que aparece al fondo de esta imagen. Es el Muelle de La Luz. Pero entre uno y otro queda un pequeño muelle, atracción de barcos asiáticos. La de rollitos de primavera que se habrán comido allí.
Saliendo a la carretera nos encontramos con una rotonda desde la que nos “aperplejiamos” viendo los grandes depósitos de combustibles, antes de la vieja Esso. Además, es ver este panorama y sentir la calufa del momento de la instantánea. Como para echarse a tomar la solajera, como los lagartos sobre la piedra…
Más cuerpos… los de seguridad nacional. Cómo no, cualquier puerto tiene que tener su puesto aduanero para evitar que las bananas sudamericanas lleguen a destronar al plátano canario en la bandeja de fruta. El edificio en cuestión, que también alberga una comisaría, da de frente al Muelle Primo de Rivera, en el Puerto de La Luz.
Esta larga pasarela, que va más allá desde donde alcanza la vista, guarda en su historia aquella cola de pasajeros que viajaban en el mítico jet foil. Se trata de aquella embarcación ligera de la extinta Transmediterránea, que unía a chicharreros con canariones en solo media hora.
Y girándonos poco más a la derecha, sin dar un pasito para adelante ni uno para detrás, nos encontramos de frente con esta otra rotonda, la que cede el camino hacia tantos muelles interiores, algunas naves y, lo más frondoso de esa vereda: el dique Reina Sofía, donde paran los barcos más cochambrosos del Puerto de La Luz y la pesca ciudadana se vuelve imprescindible. Pero eso ya pertenece a otro capítulo…