En las últimas semanas me he vuelto loco comprando películas en DVD. Pero no creáis que mi videoteca está repleta de los últimos éxitos de Spielberg y demás fantasmillas. Ahora mi manía coleccionista (porque igual colecciono cd-singles de las Spice Girls como bonos de guagua) es tener en mi poder películas que, de pequeño, veía en televisión, aquellas que reponían hasta saciar y de las que hoy ya han quedado olvidadas en una estantería. Me refiero a títulos como Conan El Destructor, Sólo en Casa 2, Bitelchus… Cada uno de ellos tiene su historia detrás. Pero en realidad la película que me ha llevado a escribir este artículo es una de mis recientes adquisiciones: Porky’s.
Hacía una década que no la veía, y me apetecía volver a revivir aquellos tiempos en los que yo y mi mejor compañera de entonces (la televisión) pasábamos grandes momentos juntos, entre los culos y tetas que llenaban los espacios de Telecinco, “tu cadena amiga”. Yo creo que esta película (así como sus secuelas y la saga italiana de Jaimito) las reponían cada vez que a Lazarov le entraba un calentón, porque si no, no se explica. Y yo, que no me cansaba de verla.
Y mirad que Porky’s ya tenía sus años. Es una película americana de 1981, pero no una cualquiera. Una vez leí por ahí que es la madre de todas aquellas americanadas que le precedieron y que hoy les sigue a la zaga la serie de American Pie. Ambientado en los años 50, se trata de un grupo de chicos de instituto, todos salidos perdidos que buscan ocasiones en los que mojar el churro.
La primera de ellas es en casa de Chichi Forever, donde el grupo espera desnudo con las espadas en alto su momento de entrar en la habitación. El final de la escena, evidentemente, está lejos de ver a Chichi aseteada y con las banderillas puestas. El último recurso es acudir a Porky’s, un bar de otro pueblo, apestado de borrachos y chicas alegres por el que aún un buen médico de cabecera no ha pasado. Este bar-burdel está regentado por el propio Porky, un enfermo crónico de colesterol que no desiste en dejar de putear a los chavales, simplemente porque son del pueblo pijo de al lado.
Cuenta con la ayuda de su hermano, interpretado por Alex Karras, que ejerce de sheriff y además de cabronazo (oscuro pasado que debió de ocultar al que sería su hijo, Webster, que bastantes problemas tenía el niño él solito como para traumatizarlo aún más). Esta actitud prepotente y déspota les costará el mismo garito, principal víctima de la venganza de los chicos de Playa Ángel.
A este argumento central de Porky’s se unen otras historias personales, como la presión psicológica a Pee Wee (personaje atormentado con perder la virginidad), blanco de las burlas de sus compañeros. Pero otro de los personajes-icono de la película es la entrenadora Wulbriker, la típica gorda amargada que paga su frustración sexual con los jóvenes. Además de enfurruñar la cara a todo el mundo con el se cruza, tiene por objetivo cazar una polla con un lunar. Y es que una vez pilló a uno de los estudiantes sacándosela a las chicas a través de uno de los agujeros en el vestuario, que es otra de las escenas emblemáticas (a la que además se debe el diseño del cartel cinematográfico). Que por cierto, en ella podremos apreciar el manojo de pelos sin depilar de las chicas en pelotas, todo un detalle ambiental de la época.
En definitiva, Porky’s es una reliquia cinematográfica que no debe faltar en la videoteca de cualquier buen admirador del cine, en un hueco reservado entre Lo que el viento se llevó y Memorias de África.