El final de ‘Juego de Tronos’ o ‘tampoco es para tanto el atraco’

¡Por fin ha acabado Juego de Tronos (HBO, 2011 – 2019)! No es algo que llevásemos mucho tiempo esperando, en la forma de que tengo la sensación de que la serie no se estaba alargando hasta cansar. Lo malo es que nos había acostumbrado a que en cada temporada muriese hasta el apuntador y en las últimas no ocurriera nada trascendente. Esto fue así hasta que los caminantes blancos ficharon a uno de los dragones en su equipo e hiciera de El Muro piña colada. Detrás de una gran serie hay grandes haters, quienes están recogiendo firmas para rehacer el final de Juego de Tronos e imagino que les paguen una indemnización por derechos morales. Sin embargo, yo tan siempre a la contra, el cierre me ha parecido bastante sensato. Con una pizca de imprevisibilidad, eso sí.

El final de Juego de Tronos vino precedida por uno de los mayores cliffhangers que me he encontrado en mi vida. ¡Los caminantes blancos han traspasado el muro! Y encima cuentan con un dragón con el que se va a mear hasta la perra. Su continuación en la octava temporada no estuvo a la altura. Sus primeros dos episodios se dedicaron al parloteo. Estoy de acuerdo con la opinión pública de con que fue un gran desperdicio. Eso sí fue un truco de chicle para estirar el combate final por la superviviencia de Poniente. En cuanto a La Larga Noche, pues tampoco quedé satisfecho. ¿¡Tanta amenaza representaba el Rey de La Noche que viene una niñita con una daga, le hace pupa y se van todos los caminantes blancos a la puta?!

Intento autoconsolarme pensando que su desaparición siempre podría haber sido peor, como que El Rey de la Noche se hubiese caído por las escaleras y terminase contra las aspas del mueble del televisor, en plan ‘telemovie’. Lo ideal es que ese ‘rifi-rafe’ hubiese durado uno o dos episodios más, que los caminantes blancos hicieran retroceder a Poniente, exhausto, hasta llegar a Cersei. Peor fue el cuarto capítulo de la temporada final de Juego de Tronos. En él, el 90% de los soldados que sobrevivió se tomó unos días de descanso antes de partir a Desembarco del Rey. Cersei dice un par de palabras para reafirmar su papel de mezquina y liquida delante de Daenerys Targaryen a su amigüita, Missandei. Se da la vuelta con cara de “pues te vas a enterar, pero para este epidosio no, para el próximo” y acaba en créditos. “Oh, Daenerys se ha vuelto loca”, claman los espectadores. Obvio. Pero con la rabia incontenida que había estado mostrando era como para silvar a Drogon y mandara a prender mecha a la reina de los Siete Reinos.

La polémica acompañó a todos y cada uno de los seis últimos capítulos del final de Juego de Tronos. Y es que en la penúltima entrega Daenerys por fin reaccionó y se llevó por delante a todo Desembarco del Rey. Esto es otra de las cosas inverosímiles. Primero, que el dragón de Daenerys se carga con un soplido los edificios como si fuera el lobo de Los Tres Cerditos, como si fuera una empresa de demolición. Segundo, que lo normal en una persona que ha perdido la chaveta es que se cargue al ejército y, si eso, a un montoncito de ciudadanos inocentes delante de su adversaria para ver cómo se atraganta con esa copa de vino, que así es cómo permaneció Cersei tres cuartas partes del episodio. Sin embargo Daenerys en ningún momento se pone a buscarla. ¡Qué sabe ella si al final consiguió escapar!

La muerte de Cersei tampoco fue épica. Con la mala uva que tenía y con lo diva fatal que fue, se conformó con morir junto a Jaime Lannister como si fueran Romeo y Julieta. Sí, muy pasteloso eso de soltar “no importa el bebé, sino tú y yo” unos segundos antes de que se le cayese todo el palacio encima. Su final fue más humillante que pasear en tetas por todo Desembarco del Rey. Vamos, otro pasaje que no estuvo a la talla en el final de Juego de Tronos. Por otro lado, la rabia de Arya Stark que la ha estado caracterizando durante toda la serie de HBO se borró de un plumazo en ese mismo episodio. Baja las orejitas cuando Sandor le dice, “tsss, vete de aquí que ya me cargo yo a Cersei” y huye. A partir de entonces no recupera más su esencia y su papel en la serie acaba en ese momento.

Podría haber sido ella la que hubiese acabado con Daenerys Targaryen en el final de Juego de Tronos, ya que Jon Nieve ha ido demostrando que tenía los huevos en la garganta cada vez que hablaba su reina. Por lo menos hay que aplaudir que fuera él, en un acto heroico de amor, quien apuñalara a la loca de Daenerys. Era ella o él (y su ideal de justicia terrenal). Sabíamos que a ella le tocaba morir y en manos de su querido. Lo que me pareció bellamente poético fue que Drogon fundiera con su llama el trono de hierro y se llevara el cadáver para hacerle un entierro digno (lo que se habrá ahorrado en el crematorio). Tras este final de Juego de Tronos viene un largo epílogo en el que cada uno de los personajes supervivientes coge vuelo.

Estoy conforme con el camino que toma cada uno de ellos en la historia. Tyron, el más cuerdo de los Lannister, pervive gracias a ese papel poco destructor. Arya se va a vivir mundos como Cristóbal Colón, a descubrir las Indias. Sansa consigue ser coronada como Reina de Invernalia y pronto ocupará portadas del Hola y grabará un disco como Estefanía de Mónaco, lo que siempre quiso. Por contra Jon Nieve es desterrado más allá de El Muro, tal y como él deseaba: una vida de contemplaciones sin lujos ni señal wifi. Brienne se dedica a ser cronista con el pesar de que no habrá otro caballero que le dé lo suyo. Y Bran, que es la auténtica sorpresa del final de Juego de Tronos, se lleva la corona de los Siete Reinos. Con su jeta de humilde nos ha engañado a todos y demuestra que por lo que venía él en realidad era a por el premio gordo. Recordad, queridos haters, que hubo un temeroso pasado con Perdidos (ABC, 2004 – 2010) que nos enseñó que todo puede ir a peor. Conformaos con el justo final de Juego de Tronos.

 

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