Al ver estrenos como Black Summer me pregunto yo si no habremos tocado ya techo con el rollo de los zombies. Llevamos casi 10 años, desde el estreno de The Walking Dead (AMC, 2010 – ). La fiebre por los muertos vivientes, caminantes, los no-muertos o cualquier otro apelativo que les sirva para diferenciarse del resto de producciones no ha parado. Netflix se ha arriesgado (bueno, ese es su gen) y ha producido su primera serie temática al respecto. Pero, ¿Black Summer ha sido capaz de aportar algo nuevo en este universo? Que me muerda un puto zombie si respondo afirmativamente…
La serie de Netflix arranca justo al poco de propagarse la enfermedad o lo que sea, alrededor de una barriada de estas finolis en Estados Unidos (aunque en verdad fue rodado en Calgary, Canadá, que seguro que allí les saldría más baratito rodar). Y así se pasan los ocho capítulos de Black Summer: corriendo de un lado a otro, intentando escapar de los zombies, buscando a sus seres queridos… La nota diferente es que han separado partes o episodios en base a sus personajes. Son los protagonistas de historias propias que al final convergen, cuales arroyos fluviales que desembocan en el mismo mar.
Black Summer fue concebida originariamente como un spin-off de Z Nation (SyFy, 2014-2018), que es la serie de zombies que más se diferencia del estallido temático que hemos vivido en esta última década. En Z Nation el tono no era de terror, sino de comedia friki en ese mundo post-apocalíptico (para qué llorar si ya estamos condenados, y aprovechemos el vacío de poder para actuar fuera de la ley). The Asylum, que es la misma productora, parece que se lo pensó dos veces y quiso crear una historia distinta ésta pero igual a las demás.

Black Summer es un sucedáneo de 28 Días Después (Danny Boyle, 2003). En ambas producciones surge un nuevo sistema por el que, no es que los zombies lo acaparen todo, sino que la caída de los gobiernos hace que cada uno monte su propia ‘civilización’ casera. En la serie de Netflix vamos a ver algo de eso. Y es que resulta un poco fuera de lugar que a pocas horas de la propagación haya un grupo de niños que monte su ‘fuerte’ en el colegio.
Puestos a comparar, también hay similitudes con Resident Evil 2 (Alexander Witt, 2004), con la primera temporada de Fear The Walking Dead (AMC, 2015 – ) y con cualquier otra producción que se base en recorrerse toda una ciudad infestada de zombies ‘recién hechos’. Estamos acostumbrados a ver esquivar a caminantes por los pasillos de un supermercado, por las aulas de una universidad y acabar donde siempre, en una azotea donde hemos quedado con un helicóptero a una hora determinada para que nos venga a rescatar. Sí, Black Summer es lo mismo de siempre.
También es cierto que si hemos aguantado diez temporadas de The Walking Dead sin que realmente no pase nada, también podemos ver esta serie de Netflix hasta el final sin que nos duela. En efecto, en ninguna de las dos pasa lo que muchos de los amantes de la cinemacoteca zombie echamos en falta. Mucha acción, mucha sangre, mucho miedo, pero pocos se centran en el por qué de la plaga y en su solución biológica. A quien se le ocurra rodar una serie que cuente el fin del virus zombie, de aquí tiene mi más sonoro aplauso.
Black Summer no es una mala serie, cuidado. Simplemente es prescindible para los que no les hace mucho tilín este tipo de género. No aporta nada nuevo, ni mucho menos va a aparecer en los tochazos bibliográficos de las ‘100 series que ver antes de palmarla’. Además hay momentos, especialmente en los últimos episodios, que la come un poco y se prevee por dónde van a ir los tiros. No sé si habrá una segunda temporada. De haberla ya os digo que seguro que los protagonistas se van a refugiar al campo, se encuentran con una familia con rifles hasta los dientes, practiquen el incesto entre ellos y bla, bla, bla. Que sí, que sí. Lo de siempre.